Una charla con el mar, un crucigrama y unos grabados parietales
Cuando las playas se llenan de gentes ávidas de sol, es el mejor momento para disfrutar de otros lugares de la costa.
Esta etapa nos muestra alguno de esos rincones, escondidos, apartados y solitarios incluso en las calurosas jornadas de más afluencia veraniega. Si os interesa, sólo tenéis que seguir leyendo, pero con una condición:
HAY QUE GUARDAR EL SECRETO.
Hoy va a ser un día largo: 26 kilómetros y 1.075 metros de desnivel nos separan de Lekeitio. Así que, bien temprano, nos calzamos las botas y que comience la aventura. Echamos la vista atrás: nos despedimos de Ogoño, el mayor acantilado de la costa vasca y de Elantxobe, un pueblo de pescadores que preferían un amarre seguro para sus barcos antes que un terreno cómodo para sus viviendas.
cala de lapatza
El camino discurre entre praderas y baserris varados entre el mar y la montaña hasta descender a la playa de Lapatza, también conocida como la cala de Natxitua. Una atractiva playa virgen, alejada de la civilización y de arribolas que hacen que avanzar sea algo complicado, pero ¿a quién le importa? Esta playa invita a sentarse mirando al horizonte y con el bosque a nuestra espalda. No hay que hacer nada más, salvo escuchar. Poco a poco el vaivén de las olas nos envuelve, sólo hay que estar y dejar que el mar hable. Es una pena no poder quedarnos más, tenemos un largo camino por delante, pero sin duda, volveremos a retomar esa charla pendiente…

Sabemos que CON MAREA BAJA es posible recorrer el camino entre la playa de Lapatza y la de Ogella (Ispaster), pero andar por la plataforma de roca intermareal se torna algo tormentoso, debido a lo resbaladizo que es el terreno, y eso no haría otra cosa que demorar nuestra etapa. Por eso tomamos el sendero que parte de la esquina (dirección este) de Lapatza para ascender entre pinos y eucaliptos por un sendero más cómodo.
ea

Cuando la senda sale del bosque y discurre junto al acantilado, la cámara de fotos no descansa, es imposible. Las vistas nos dejan con la boca abierta y casi no nos damos cuenta de que ya estamos en Ea. Decidimos hacer una pausa, nos hace especial ilusión tomarnos un café en la plaza y abrir el periódico, por supuesto, por la sección de crucigramas. Buscamos la respuesta de dos letras para «pueblo de la costa de Bizkaia«.
¿SABÉIS CÓMO SE FUNDÓ EA? Pescadores que vivían en Bedarona y Natxitua encontraron la manera de arrimarse a la costa en el S. XVI. Bajaron a la ría de Ea y establecieron un puerto diminuto. La actividad pesquera cobró tanta importancia que en el S.XIX ya contaba con más habitantes y más movimiento que los dos pueblos que la habían fundado juntos. El puerto de Ea se constituyó en municipio y Bedarona y Natxitua pasaron a ser barrios suyos.
El café nos pone las pilas, así que, tomamos el camino hacia Talako Ama. Esta ermita se encuentra encaramada en una atalaya natural, las vistas bien merecen una parada, pero debemos continuar. El camino serpentea entre bosques, acantilados y más calas recónditas.

Hasta que alcanzamos la playa de Ogella: caprichosa ensenada que unos años muestra la roca desnuda y en otros se colma de arena. Como veis, este año, nos ha tocado roca.

otoio (396m)
Última ascensión del día. Otoio. Esta mole junto al mar nos separa de nuestro destino. Sólo queda subirla y al otro lado nos espera Lekeitio. Pensábamos que las vistas iban a ser apoteósicas. Nada más lejos de la realidad, su espeso encinar hace que no se vea una mierda.

Las vistas tendrán que esperar hasta llegar a mirador de la Talaia, desde donde antaño avistaban el paso de ballenas y desde donde ¡POR FIN! nos saluda Lekeitio.
Vislumbramos ahí abajo el faro de Santa Catalina, la desembocadura de la ría del Lea, la isla de San Nicolas, la playa de Isuntza, sus calles medievales y la basílica de Santa Maria, fortaleza gótica que parece un navío de piedra.

Ya en el puerto, la merecida recompensa: una gran cerveza bien fría. Pocos lo saben, pero bajo nuestro pies se encuentra la Cueva de Armintxe que cuenta con un tesoro paleolítico. Una cincuentena de grabados parietales de unos 14.000 años de antigüedad, exquisitos iconos de los animales que nuestros antepasados cazaban o reverenciaban: bisontes, caballos, antílopes y dos felinos. ¿Cómo os quedáis?
Si queréis realizar esta ruta, pinchad aquí.